
100 historias en un día
En Nariño, ser joven implica vivir en medio de realidades que no siempre son visibles desde afuera: tensiones por el control territorial, restricciones de movilidad, riesgos de reclutamiento y una sensación permanente de que la vida cotidiana debe negociarse entre la escuela, la casa y la presencia de violencias. Este es el entorno en el que se desarrolló Trenzando Saberes, un proceso que durante 2025 reunió a más de 70 jóvenes de Pasto y Samaniego para fortalecer habilidades de comunicación popular, análisis crítico, derechos salud mental y participación en comunidad. No nació para resolver el conflicto ni para “salvar” a nadie; nació para aportar un espacio de comprensión, autonomía y cuidado, una pequeña pieza dentro del tejido más amplio de esfuerzos del territorio.
Las cifras oficiales permiten entender por qué estos espacios son necesarios. Según la Defensoría del Pueblo, entre enero y junio de 2025 se registraron 55 casos de reclutamiento forzoso de menores en Colombia. El informe afirma: “La Defensoría del Pueblo registró 55 casos de reclutamiento de menores de edad durante el primer semestre de 2025”.
Aunque se trata de una cifra nacional, Nariño ha sido uno de los departamentos donde más alertas se han emitido por riesgo de vinculación de niñas, niños y adolescentes, especialmente en la cordillera donde se ubican Pasto rural y Samaniego. Esta lectura coincide con el análisis del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ), que en abril de 2025 señaló: “En Nariño y Cauca se observan patrones de reclutamiento forzado y utilización de menores en medio de la disputa territorial”. (página 3).
A su vez, la Unidad para las Víctimas, en el informe “Vinculación de niñas, niños y adolescentes a grupos armados” (julio de 2025), describe tendencias nacionales que se sienten con especial fuerza en el suroccidente del país. El documento explica: “Entre 2019 y 2024 se identifican tendencias sostenidas de utilización de menores en el conflicto armado en varias regiones del país, incluidas zonas del suroccidente colombiano”. (páginas 5–7).
Estos datos ayudan a dimensionar el contexto, sin reducir la identidad del territorio al conflicto; sirven para entender que la juventud de Pasto y Samaniego crece entre tensiones reales, pero también entre redes comunitarias, escuelas que resisten y procesos que buscan fortalecer entornos protectores.
En Pasto, la Escuela Gestores de Paz alternó sesiones entre la ciudad y el corregimiento de Santa Bárbara, permitiendo que quienes viven en zonas rurales trajeran sus experiencias y preocupaciones. Las mujeres de la Chacra, quienes preparaban la comida en varios encuentros, recordaron que el cuidado también comunica, que es una forma de sostener los procesos.
En Samaniego, estudiantes del Instituto Educativo Policarpa Salavarrieta (IPSA), jóvenes de la Plataforma Municipal de Juventud llevaron las preguntas sobre participación a su vida diaria: cómo hablar en una escuela donde el conflicto marca silencios; cómo organizarse cono juventud para generar acciones para la comunidad; cómo narrar un territorio que es a la vez hogar, memoria y riesgo.
Los ejercicios simbólicos como Vendando la boca, juego de roles, los bastones de la comunicación o Desafío de la verdad, les permitieron entender que la comunicación no es solo un mensaje, sino una experiencia atravesada por el miedo, la desinformación y, a veces, por el silencio obligado y que conocer los derechos ayudan a entender el ejercicio de la participación vinculante. Las cápsulas psicosociales ayudaron a reconocer emociones asociadas a la injusticia, a los dolores colectivos, familiares, mientras que las iniciativas finales, desde programas radiales hasta propuestas de convivencia escolar y laboratorios de música, fueron su manera de responder con creatividad y análisis a lo que viven.
En septiembre de 2025, jóvenes de Pasto y Samaniego se encontraron en el intercambio de Trenzando Saberes. “Desde la juventud abrazamos la paz y la reconciliación”. Ese día presentaron sus producciones, realizaron un programa radial en vivo y construyeron una forma de articularse por la paz en Nariño.
Tras ese proceso, en noviembre de 2025 se realizaron las ceremonias de graduación en Pasto y Samaniego, donde las familias, docentes, organizaciones acompañantes y aliados institucionales reconocieron públicamente el camino recorrido. Las graduaciones no marcaron un cierre definitivo, sino un tránsito: el paso de un proceso formativo a la posibilidad de continuar participando, aportando y fortaleciendo sus iniciativas en el territorio.
Nada de esto se logró en solitario. Trenzando Saberes fue posible gracias a la articulación entre Justapaz y Comundo, la Escuela Gestores de Paz en Pasto, El Instituto Politécnico Sur Andino, el Instituto Educativo Policarpa Salavarrieta (IPSA) en Samaniego, la Plataforma Municipal de Juventud, la Pastoral Social de Ipiales, la Alcaldía Municipal de Samaniego y el apoyo permanente de docentes lideres como Margoth Botina y Martha Andrade, familias y liderazgos comunitarios que sostienen la vida cotidiana en estos municipios. Sin esta red, ningún proceso de fortalecimiento juvenil sería viable, especialmente en contextos donde la estabilidad depende tanto del tejido social.
Trenzando Saberes no transformó las dinámicas estructurales. No era su propósito. Pero sí logró algo clave: ofrecer un espacio para que la juventud pudiera narrarse a sí misma con más claridad, construir diagnósticos propios, cuidarse emocionalmente y descubrir que la comunicación también puede ser una forma de protección y de liderazgo.
En un Nariño donde las cifras hablan de riesgo, estas narrativas hablan de dignidad y de futuro. Y cuando las y los jóvenes cuentan su territorio con honestidad, precisión y valentía, siempre queda abierta la posibilidad de transformarlo.
Escrito por: Katherine Pérez ajustado con IA





